“Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre cuya cúspide llegue hasta los
cielos, y hagámonos un nombre famoso para que no seamos dispersados sobre la
faz de toda la tierra… …Y dijo el Señor: Vamos, bajemos y allí confundamos su
lengua para que nadie entienda el lenguaje del otro. Así los dispersó el Señor
desde allí sobre la faz de toda la tierra.”
Cualquier persona que exista busca en un
sentido o en otro la popularidad y el ser famoso, a todos nos gusta que nos
reconozcan nuestros méritos o que simplemente hablen de ello. Es bueno que
seamos ambiciosos en la vida, esto nos lleva a esforzarnos más y a hacer mejor
las cosas, el problema es cuando esa ambición hace que sobrepasemos límites
morales y sobretodo espirituales. Dice el dicho popular que el fin justifica
los medios, pero nunca algo mal hecho podrá realmente justificar un buen
resultado. Nunca una victoria podrá tapar los daños colaterales, es más
importante la situación de los demás que nuestro propio éxito.
En busca del éxito encontramos en el
capítulo 11 de Génesis al ser humano. Todos
conocemos edificios impresionantes, la sagrada familia, torre Eiffel, el Tah
Mahal, y seguro que se nos podría ocurrir muchos más, pero en este momento los
hombres se propusieron un objetivo: “Vamos,
edifiquemos una ciudad y una torre cuya cúspide llegue hasta los cielos, y
hagámonos un nombre famoso para que no seamos dispersados sobre la faz de la
tierra.” Un solo objetivo, ser famosos y que nadie se olvide de ellos.
Todos conocemos personas que hacen
cualquier cosa por ser famosos. Estos hombres se empeñaron en ser recordados y
reconocidos por todo el mundo, pero en
cambio Dios tenía otros planes: “Y dijo
el Señor: Vamos, bajemos y allí confundamos su lengua para que nadie entienda
el lenguaje del otro. Así los dispersó el Señor desde allí sobre la faz de toda
la tierra.” ¡Qué diferentes son los planes del Dios y los del hombre! El
hombre propone, pero Dios dispone, “porque
mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos son mis
caminos. Declara el Señor”.
La gran diferencia entre estos hombres y
otros que encontramos en la Biblia, como Pablo, Pedro, Elías, Moisés, David,
Josué, etc. Es que mientras aquellos hombres buscaban su fama y su éxito, estos
hombres buscaban que la fama fuese de Dios. ¡Debemos andarnos con cuidado con
buscar la fama y el éxito en la vida! No sea que nos volvamos soberbios, y
seamos como estos hombres. Nuestra fama debe ser en los cielos, y la única
forma de hacerlo es haciendo que el famoso en la tierra sea Dios, y lo
demostremos con nuestra manera de vivir. Recordemos que por encima de nuestros
planes siempre estarán los de Dios, y que por encima de nuestros torcidos
caminos, está el camino recto y perfecto de Dios.
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