Dios le
hizo una promesa a Abram, le prometió descendencia, sin ninguna duda el
propósito de todo ser humano, que de su carne nazca alguien que siga su legado,
y Dios le confirmó a Abram que esto sería así, “Y Abram creyó en el Señor, y él se lo reconoció por justicia.”
¡Abram
tuvo fe en lo que Dios le dijo! La palabra fe, en griego es la palabra pistís y significa literalmente
fidelidad. Abram creyó en el Señor y eso produjo fe, produjo fidelidad. La
justicia produce en nosotros la obligatoriedad de hacer cosas bien, pero para
Dios la justicia de Abram no estaba en sus hechos, no estaba en los
sacrificios, estaba en su fe, en creer en Dios, en la fidelidad. Dios no
demanda del ser humano sacrificios ni obras, Dios no espera de nosotros que
cumplamos rituales ni nos azotemos, Dios se agrada en la obediencia y en la
fidelidad.
Dios es
un Dios celoso que no le gusta compartir a su esposa con nadie, en esto no
somos tan diferentes a Él, nadie quisiera vivir con otra persona que le engaña
y tiene una relación con un desconocido, pero, ¡cuántas veces no hacemos nosotros
eso con Dios! En lugar de vivir una vida fiel, nos convertimos en adúlteros
espirituales, cambiando la fidelidad y fe a Dios por el amor al dinero, al
desenfreno, a los placeres de nuestra carne, a nuestros deseos, a nuestras
familias, trabajos y hobbies. Pero aún en nuestra infidelidad Dios sigue siendo
fiel y tiene misericordia para quienes se vuelven y se acercan a Él
arrepentidos. Por lo tanto, tengamos fe en Dios, seamos fieles a nuestra
relación con Él y si estamos siendo infieles volvamos a arreglarnos con Dios. Su
fidelidad y su misericordia son eternas y nuestra justificación esta en seguir siendo fieles hasta el final.
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