"Y
Esaú dijo a Jacob: Te ruego que me des de a comer un poco de ese guisado rojo,
pues estoy agotado. Pero Jacob le dijo: Véndeme primero tu primogenitura. Y
Esaú dijo: He aquí, estoy a punto de morir; ¿de qué me sirve, pues, la
primogenitura?”
Personalmente si me dijesen que puedo elegir un
plato de comida sin pagarlo, seguramente me decantaría por un buen entrecot de
ternera, un buen plato de pasta o una buena pizza. Hoy en día se pagan grandes
cantidades por comida de diseño, que sobre todo gracias a los programas de
televisión se han puesto de moda y han conseguido que mucha gente se especialista
en comida minimalista. Está de moda cocinar y no cualquier cosa, comida muy
elaborada con altas técnicas que ofrecen, también hay que decirlo resultados en
muchos casos espectaculares.
Esaú volvió de su trabajo y se encontró a su hermano
y entablaron una conversación: " Y
Esaú dijo a Jacob: Te ruego que me des de a comer un poco de ese guisado rojo,
pues estoy agotado. Pero Jacob le dijo: Véndeme primero tu primogenitura. Y
Esaú dijo: He aquí, estoy a punto de morir; ¿de qué me sirve, pues, la
primogenitura?" Hoy en día la primogenitura no tiene más sentido que
ser el hijo mayor, es más, la palabra primogénito lleva a nuestra mente a
siglos atrás, donde se usaba un lenguaje más tosco y basto, donde los tiempos
verbales se conjugaban de manera distinta. Pero para estos dos hermanos la
situación era distinta, la primogenitura era su identidad, marcaba su futuro,
daba una posición superior de herencia, la bendición de su padre por encima de
los hermanos menores y una responsabilidad espiritual en cuanto a la familia.
Esaú vendió estos privilegios por un simple plato
de lentejas. Muchos hoy en día al leer esto, quizá se puedan llevar las manos a
la cabeza, ¡Cómo Esaú fue capaz de hacer eso! Pero en realidad ¿Somos tan
diferentes nosotros de Esaú? No lo creo. Esaú literalmente perdió sus
privilegios por llenar su estómago, por comer algo caliente, exactamente igual
que nosotros. Por ser hijos de Dios tenemos bendiciones, bendiciones de ser
sanados, la bendición de poder ser santificados, la bendición de agradar a
nuestro Padre, y cuantas veces no vendemos estas bendiciones por saciarnos momentáneamente
con un poco de televisión, con un rato de adulterio, con un momento de
pornografía, con un buen plato de mentiras que nos libren de algún problema,
con bastantes malas palabras y malas reacciones, y la lista sería infinita.
Cuantas veces despreciamos lo que Dios nos da con saciar nuestro corazón con
cosas que en el momento cumplen pero luego poco a poco nos destrozan y nos
apartan de Dios.
Judas vendió a Jesús por 30 monedas de plata, una
cantidad tampoco excesivamente grande, Pedro negó a Jesús tres veces antes que
cantara el gallo. La diferencia entre las dos no es tan grande, y es
exactamente lo mismo que cuando nosotros damos rienda suelta a nuestros deseos
y nuestra lujuria, dejando que nuestros instintos naturales y pecaminosos se
apoderen de nuestra voluntad y nos lleven al desenfreno y rompan nuestra
relación con Dios. Judas acabó ahorcándose, Pedro se convirtió en uno de los
más grandes evangelistas de todos los tiempos; la única diferencia no está en
su pecado, sino en la reacción ante él. Mientras Judas se ahorcó, Pedro se
arrepintió. ¿Qué vas a hacer tú tras tus coqueteos con el pecado? ¿Te arrepentirás
o seguirás viviendo lejos de Dios? ¡LA misericordia de Dios sigue perdonando,
no tardes y arrepiéntete!
AMEN
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