"Y Jacob bendijo a Faraón, y salió de su
presencia."
Si todos nosotros nos parasemos a
pensar todos tenemos personas a las que consideramos amigos íntimos, amigos,
conocidos, desconocidos y quizá puede ser que también existan los enemigos,
aquellas personas las cuales no podemos ni ver y que incluso puede ser que
hasta les deseemos mal, aunque no debiera ser así, o que simplemente cuando
algo malo les sucede se produce en nosotros un sentimiento de alegría un
pensamiento de "¡por fin! Te lo merecías"
Jacob estaba llegando el fin de
sus días y aún sigue su peregrinación, ya en su vejez le toca trasladarse a Egipto,
un país extranjero, pero donde su hijo era el segundo del reino, un sitio en el
que los extranjeros tampoco eran excesivamente beneficiados. Ante su llegada,
gracias al gran trabajo de su hijo José, Jacob llega ante faraón y "Y Jacob bendijo a Faraón, y salió de
su presencia." Faraón tenía poder, riqueza, tierras, ganados, tenía de
todo, era el ser más poderoso de la tierra, pero había algo que le faltaba, no
tenía a Dios. Esto era un verdadero problema, y consiguió un poco de lo que
Dios era, por la bendición de Jacob.
La palabra bendecir significa
literalmente alabar, engrandecer o ensalzar, es decir en otras palabras, hablar
bien de otra persona o pedir algo bueno para otra persona; maldecir en cambio
es todo lo contrario. Pero claro es sencillo bendecir a aquellos que nos caen
bien, a nuestros amigos o conocidos, lo hacemos diariamente, pero ¿qué pasa con
aquellos que son nuestros enemigos? La Biblia es clara "bendecid a los que os maldicen; orad por los que os
vituperan." ¡Qué difícil es esto! Pero debiera ser una realidad en
nosotros. Jacob no bendijo a su mejor amigo, pero la bendición que él había
recibido de Dios no dudó en darla a otros. ¿Eres de los que bendicen a otros o
por lo contrario maldices? Que Dios nos ayude a ser hijos de Dios que bendicen
a los demás.
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