“Y cuando oyó que era Jesús el
Nazareno, comenzó a gritar y a decir: ¡Hijo de David, ten misericordia de mí.”
Se cuenta que una madre la cual tenía un hijo el
cual iba a ser ejecutado por un delito el cual era la segunda vez que cometía
solicitó misericordia al emperador Napoleón. Ante esta petición Napoleón dejó
bien clara su postura, esta era la segunda vez que cometía este delito y debía
ser ejecutado. Ante estas palabras claras del emperador la madre dijo que no
estaba pidiendo justicia para su hijo, estaba solicitando misericordia. Ante la
réplica de la mujer Napoleón remarcó que su hijo no merecía misericordia. Con
lágrimas en los ojos, la mujer reconoció que si se la mereciera, no sería
misericordia, y misericordia es todo lo que pedía. Ante estas palabras,
Napoleón tuvo misericordia y la vida del hijo de esta mujer fue librada de la
muerte.
Una vez más encontramos a Jesús caminando, y un
hombre, un mendigo ciego, sabiendo que Jesús pasaba por allí clama a Él. “Y cuando oyó que era Jesús el Nazareno,
comenzó a gritar y a decir: ¡Hijo de David, ten misericordia de mí.” Esta exhalación de necesidad de Bartimeo acabó con
unos ojos que volvieron a ver, volvieron a
saber cómo eran los árboles, que aspecto tenían aquellos que pasaban por
su lado cada día. La misericordia que solicitaba le fue concedida.
La misericordia no
es más que el amor hacia los miserables, y ¡que miserables éramos nosotros! Al
igual que este Bartimeo nosotros también mendigábamos en esta vida, buscando en
nuestros placeres una solución para nuestra necesidad, nos dio vista y vimos
nuestro pecado. ¡Cuan afortunados somos que su misericordia nos alcanzara!
Nuestro clamor fue escuchado y su misericordia, no solo nos dio la vista, nos
dio la vida, nos hizo ver algo más que únicamente lo que nuestro cerebro podía
imaginar. Nos enseñó un mundo nuevo gobernado por Dios. Nos mostró nuestra
incapacidad de agradar a Dios, y nos demostró que su misericordia es lo que nos
ha salvado.
Éramos miserables
ante Dios, y Él fue movido a misericordia, es más, cada día es misericordioso
con nosotros ya que “su misericordia es
nueva cada día” y por esto nosotros podemos decir como el salmista “me gozaré y me alegraré en tu misericordia”.
Este es el mayor regalo que nos han podido hacer, que Jesús pagara nuestra
deuda, este es el mayor acto de misericordia que ha existido en toda la
humanidad, nunca antes nadie había hecho tanto por tantas personas. Al igual
que Bartimeo debemos clamar por misericordia y buscarla cada día “¡Cuán preciosa, oh Dios, es tu
misericordia! Por eso los hijos de los hombre se amparan bajo la sombra de tus
alas.” Escóndete hoy bajo las alas de la misericordia divina, ¿acaso
encontraremos mejor lugar para estar?
AP
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