“El primer día de la fiesta de los Panes sin
levadura, cuando se acostumbraba sacrificar el cordero de la Pascua... ...Mientras
comían, Jesús tomó pan y lo bendijo. Luego lo partió y se lo dio a ellos,
diciéndoles: Tomen;
esto es mi cuerpo. Después tomó una copa, dio gracias y se la dio a ellos,
y todos bebieron de ella. Esto
es mi sangre del pacto, que es derramada por muchos —les dijo—. Les
aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta aquel día en que beba
el vino nuevo en el reino de Dios.”
Esta sin ninguna duda era y es la fiesta más importante
para un judío, por esto Jesús y sus discípulos la celebraron. “El primer día de la fiesta de los Panes
sin levadura, cuando se acostumbraba sacrificar el cordero de la Pascua…
… Mientras comían, Jesús tomó pan y lo bendijo. Luego lo partió y se lo
dio a ellos, diciéndoles: Tomen; esto es mi cuerpo. Después tomó una copa,
dio gracias y se la dio a ellos, y todos bebieron de ella. Esto es mi sangre
del pacto, que es derramada por muchos —les dijo—. Les aseguro que no
volveré a beber del fruto de la vid hasta aquel día en que beba el vino nuevo
en el reino de Dios.” En esta ocasión había una gran diferencia, el
verdadero cordero no estaba asado al fuego, se encontraba sentado a la mesa y
repartiendo el pan y el vino como símbolo de lo que vendría unas horas después.
Los judíos celebran
la Pascua una vez al año, así lo marcaba la ley, nosotros tomamos de la Santa
Cena mucho más a menudo, la gracia siempre supera a la ley. Un cordero salvo a
un primogénito de cada casa, el Cordero de Dios salvo a multitudes a lo largo
de la historia. “Porque todas las veces
que comáis este pan y bebáis esta copa, la
muerte del Señor proclamáis hasta que El venga.” Cuando tomamos el
pan y el vino estamos proclamando la venida del Señor. Estamos reconociendo que
al igual que cientos de años antes Dios libró a Israel de la esclavitud, ahora
Cristo no libra a nosotros de la esclavitud del pecado.
Participar de los
símbolos del cuerpo y la sangre de Cristo deben llevarnos a recordar lo que Él
tuvo que hacer para librarnos, no solo tuvo que morir físicamente, sino que
tuvo que pagarle a Dios con su propia sangre nuestra deuda por nuestros
pecados. ¡Acaso hay amor mayor que este! ¡Qué afortunados somos aquellos que
hemos sido llamados por Dios! Así que alégrate y gózate, porque Cristo pagó tu
deuda, porque su sangre cubre los pecados que hemos cometido aquellos que hemos
entregado nuestras vidas, y espera confiado, llegará el día en que volvamos a
tomar estos símbolos con Él en el reino de Dios.
AP
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