“El Señor ha mirado
desde el cielo sobre los hijos de los hombres para ver si hay alguno que busque
a Dios. Todos se han desviado, a una se han corrompido; no hay quien haga el
bien, no hay ni siquiera uno.”
Los seres humanos tenemos un
problema, un problema bastante importante y grave, algo que por otra parte nos
gusta, más que gustarnos nos encanta, disfrutamos haciéndolo, es un gozo para
nosotros y no es otra cosa que hacer el mal. Podríamos pensar que esto es
mentira, ya que a ninguno de nosotros nos gusta matar o secuestrar personas,
ninguno somos terroristas, normalmente no robamos, aunque a veces se nos caigan
las cosas que no son nuestras en nuestros bolsillos, podríamos llegar a decir
incluso que somos buenos. Intentamos hacer buenas obras, nos esforzamos en
hacer bien a los demás, pero sigue gustándonos demasiado el reírnos de los
demás, el criticar, el dar rienda a nuestra lujuria en nuestra intimidad,
practicar cosas que en público no haríamos, y podríamos hacer una lista
interminable.
La realidad es que nos gusta
hacer aquello que es prohibido, por eso el salmista expresa estas palabras “el Señor ha mirado desde el cielo sobre
los hijos de los hombres para ver si hay alguno que busque a Dios. Todos se han
desviado, a una se han corrompido; no hay quien haga el bien, no hay siquiera
uno.” Dios no ha encontrado ni encontrará ninguna persona que haga el bien,
al revés todos nos hemos desviado hacia el mal.
Ante esta realidad, Dios repartió
gracia y escogió a los suyos, a aquellos que serían salvos, a aquellos por
quien sus hijos morirían, no porque ellos fuesen buenos, sino porque Dios se
amaba a si mismo, no porque ellos lo merecieran, sino porque por la sangre que
derramó Cristo cubre los pecados de los Hijos de Dios, no porque haya habido un
esfuerzo ya que “ahora bien, al que
trabaja, el salario no se le cuenta como favor, sino como deuda.” En otras
palabras, cuando hacemos algo bueno Dios no nos debe nada, no hacemos favores a
Dios, sino que nosotros le debemos de su gracia que produce en nosotros “así que no depende del que quiere ni del
que corre, sino de Dios que tiene misericordia.”
Por lo tanto, tenemos la realidad
de que siempre buscaremos hacer el mal, siempre procuraremos pecar, porque
nuestra naturaleza es así, solo nos queda esperar que Dios haga algo “porque es quien obra obra en vosotros
tanto el querer como el hacer, para su beneplácito.” Esta es la realidad y
nuestra esperanza, sin ser buenos Él nos lleva a serlo, el provoca en nosotros
el deseo de hacer buenas obras para su gloria. ¿Hay algo que sea mejor que
esto?
AP
Comentarios
Publicar un comentario