“¡Cuán bienaventurados son todos los que en Él
se refugian!”
Este fin de
semana pasado he tenido el privilegio de pasar tres días en San Sebastián, una
ciudad preciosa. Unos amigos que viven en la zona nos enseñaban un vídeo de
como unos meses atrás en tiempos de temporal una ola entró desde el mar hasta
el río destruyendo los tres primeros puentes del río, entrando hacía dentro un kilómetro
y medio aproximadamente, algo que cogió por sorpresa todos los que por allí
estaban y el agua se llevó por delante a personas, coches y motos. Fue algo
simplemente espectacular y brutal.
La vida no
es tan diferente a esto la verdad, cuantas veces andamos por el camino,
cruzamos ríos y vienen grandes olas que nos tumban, nos arrastran y hacen que
nos tambaleemos. ¡Qué bien les hubiese venido a los habitantes de San Sebastián
un buen refugio. De igual manera también nosotros muchas veces necesitamos un refugio,
por eso el salmista escribe “¡Cuán
bienaventurado son los que en Él se refugian!”
La vida no es un camino de rosas,
sabemos que nos lleva hacía el mejor destino posible, hacia los brazos de
nuestro Señor, pero en su trayecto, se puede convertir en algo complicado. Hay
épocas de mucho sol, el cual se puede convertir en algo muy molesto y
necesitamos parar y escondernos debajo de una gorra o un balcón. A todos nos
gusta el sol, pero una larga exposición a Él puede provocar quemaduras en la
piel, puede llegar incluso a provocar un cáncer. Así es el sol de esta vida,
cuando todo parece ir bien, puede crear quemaduras espirituales, puede provocar
un alejamiento de Dios, ¡qué importante es refugiarnos en el Señor cuando todo
va bien!
Pero no todo en la lluvia es sol,
también encontramos, y afortunadamente para nosotros, días de lluvia y temporal.
Días en los que nos tambaleamos, que nos empapamos, que se producen olas que
nos tumban, el fallecimiento de un familiar, una ruptura sentimental, la
pérdida de un trabajo, no llegar a final de mes, dudas en la fe, heridas
causadas por una persona a la que queremos. Hay demasiadas olas y demasiada
lluvia y mal tiempo que nos hace tambalear, olas grandes que nos ahogan, y ante
esto necesitamos un refugio.
¿Existe un refugio para todo
esto? Podemos decir que un rotundo si, “El
que habita al abrigo el Altísimo morará a la sombra del Omnipotente. Diré
yo al SEÑOR: Refugio mío y fortaleza mía, mi Dios, en
quien confío.” Este es el mejor refugio, la sombra de Dios que nos guarda del
duro sol, el abrigo del Altísimo que nos guarda del frío y la intemperie.
Piensa como está tu vida y recuerda “¡Cuán
bienaventurado son los que en Él se refugian!” Busca su refugio, acércate a
Él, quizá la situación continúe, pero Él será tu refugio.
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