Salmo 26 - Autoexamen


“Examíname, oh señor, y pruébame; escudriña mi mente y mi corazón. Porque delante de mis ojos está tu misericordia, y en tu verdad he andado.”

Escuché hace tiempo la historia de dos amigos, Paco y Antonio, iban por la calle y después de mucho tiempo se encontraron. Paco miró a Antonio y le dijo que le veía muy bien, mucho mejor de lo que le había visto la última vez. Antonio le contestó que había estado en un taller donde el maestro te remodelaba por completo, tanto que tu semblante cambiaba y te llenaba de felicidad. Paco le pidió la dirección a Antonio y hacía allí se dirigió. Cuando llegó el taller se llamaba “Taller del reino de los cielos”. Al entrar un tal Jesús estaba en su mesa trabajando. Paco le explicó lo que había visto en Antonio y Paco y Jesús entraron en el corazón de Paco. Paco sugirió un cambio de cortinas, probablemente cambiar el color de las paredes que ya no estaba de moda, quita el estucado, un sofá nuevo que diera vida, y un cambio en la decoración en general. Mientras Paco hablaba Jesús se fijó en una puerta medio escondida y le preguntó a Paco por ella, Paco le comentó que no se preocupara, que allí no iba a tener visitas, que lo importante era lo que se veía. Jesús le contestó que lo que a Él le importaba era empezar por esa habitación para poder trabajar en el resto.

La visita de Jesús no satisfizo la necesidad de Paco, había intereses diferentes, Paco buscaba fachada, Jesús buscaba lo que no se ve. Recuerda todos tus malos pensamientos, tus malas palabras, tus faltas de respeto a los demás, la crítica, la murmuración, aquellas cosas que están mal y que haces en secreto, todo eso y más cosas mételos en una habitación y tendrás la habitación que a Jesús le interesa y que Paco no quería abrir. Ante esto lo correcto es el autoexamen, y así lo hace el salmista “Examíname, oh Señor, y pruébame; escudriña mi mente y mi corazón. Porque delante de mis ojos está tu misericordia, y en tu verdad he andado.”

No sé cuántos podríamos pronunciar estas palabras, cuantos podríamos decirle a Dios que nos examine, que escudriñe nuestra mente y nuestro corazón, que abra la puerta que tenemos cerrada donde tenemos nuestros mayores placeres y pecados, donde damos  rienda suelta a nuestra carne. Sería para estar realmente atemorizados que el Dios Santo abriese esa puerta. Pero realmente es necesario. Sin abrir esa puerta no es posible ser convencidos de pecado, solo es en ese momento, cuando nuestro pecado se confronta con la santidad de Dios que podemos entender y experimentar el verdadero arrepentimiento.

Y cuando esto sucede es cuando podemos decir que delante de nuestros ojos esta la misericordia divina, una misericordia que no merecemos pero que aun así Dios nos la da. Porque somos miserables y merecedores del infierno, pero es esta misericordia la que nos lleva a andar en su verdad, la que nos ayuda a huir de nuestras necesidades carnales. Abre hoy la puerta cerrada, presenta tus pecados a Dios y arrepiéntete de ellos. Deja que Jesús reestructure tu corazón y cambie tu apariencia, pero esto solo es posible empezando por la puerta que tenemos cerrada.


AP

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