“Examíname, oh señor, y
pruébame; escudriña mi mente y mi corazón. Porque delante de mis ojos está tu
misericordia, y en tu verdad he andado.”
Escuché hace tiempo la historia
de dos amigos, Paco y Antonio, iban por la calle y después de mucho tiempo se
encontraron. Paco miró a Antonio y le dijo que le veía muy bien, mucho mejor de
lo que le había visto la última vez. Antonio le contestó que había estado en un
taller donde el maestro te remodelaba por completo, tanto que tu semblante
cambiaba y te llenaba de felicidad. Paco le pidió la dirección a Antonio y
hacía allí se dirigió. Cuando llegó el taller se llamaba “Taller del reino de
los cielos”. Al entrar un tal Jesús estaba en su mesa trabajando. Paco le
explicó lo que había visto en Antonio y Paco y Jesús entraron en el corazón de
Paco. Paco sugirió un cambio de cortinas, probablemente cambiar el color de las
paredes que ya no estaba de moda, quita el estucado, un sofá nuevo que diera
vida, y un cambio en la decoración en general. Mientras Paco hablaba Jesús se fijó
en una puerta medio escondida y le preguntó a Paco por ella, Paco le comentó
que no se preocupara, que allí no iba a tener visitas, que lo importante era lo
que se veía. Jesús le contestó que lo que a Él le importaba era empezar por esa
habitación para poder trabajar en el resto.
La visita de Jesús no satisfizo
la necesidad de Paco, había intereses diferentes, Paco buscaba fachada, Jesús
buscaba lo que no se ve. Recuerda todos tus malos pensamientos, tus malas
palabras, tus faltas de respeto a los demás, la crítica, la murmuración,
aquellas cosas que están mal y que haces en secreto, todo eso y más cosas
mételos en una habitación y tendrás la habitación que a Jesús le interesa y que
Paco no quería abrir. Ante esto lo correcto es el autoexamen, y así lo hace el
salmista “Examíname, oh Señor, y
pruébame; escudriña mi mente y mi corazón. Porque delante de mis ojos está tu
misericordia, y en tu verdad he andado.”
No sé cuántos podríamos
pronunciar estas palabras, cuantos podríamos decirle a Dios que nos examine,
que escudriñe nuestra mente y nuestro corazón, que abra la puerta que tenemos
cerrada donde tenemos nuestros mayores placeres y pecados, donde damos rienda suelta a nuestra carne. Sería para
estar realmente atemorizados que el Dios Santo abriese esa puerta. Pero realmente
es necesario. Sin abrir esa puerta no es posible ser convencidos de pecado,
solo es en ese momento, cuando nuestro pecado se confronta con la santidad de
Dios que podemos entender y experimentar el verdadero arrepentimiento.
Y cuando esto sucede es cuando
podemos decir que delante de nuestros ojos esta la misericordia divina, una
misericordia que no merecemos pero que aun así Dios nos la da. Porque somos
miserables y merecedores del infierno, pero es esta misericordia la que nos
lleva a andar en su verdad, la que nos ayuda a huir de nuestras necesidades
carnales. Abre hoy la puerta cerrada, presenta tus pecados a Dios y arrepiéntete
de ellos. Deja que Jesús reestructure tu corazón y cambie tu apariencia, pero
esto solo es posible empezando por la puerta que tenemos cerrada.
AP
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