A lo largo
de la historia han existido muchos gobernadores que gobiernan con mano de
hierro, de manera implacable, que sus decisiones eran tomadas y nunca se movían
de ellas, hombres fuertes que no les temblaba el pulso al tomar decisiones
incluso cuando esas decisiones conllevaban la muerte de una persona. Personas
con caracteres fuertes que lograron grandes conquistas a las cuales nadie osaba
enfrentarse, nadie pensaba en llevarles la contraria, sabían que sus vidas
corrían peligro en caso de rebelarse.
Dios en
realidad no es diferente a uno de estos, por eso el salmista clama por piedad “Señor, no me reprendas en tu ira, ni me
castigues en tu furor.” Dios a lo largo de la historia ha castigado al ser
humano por su maldad desmesurada, castigó a Adán y Eva cuando desobedecieron,
castigo a la humanidad cuando mandó el diluvio, castigó a aquellos que construían
una torre para llegar al lugar donde estaba Dios, hirió a Egipto duramente
matando a todos los primogénitos como castigo por su duro corazón, destruyó
Sodoma y Gomorra por su gran cantidad de pecado.
Hoy en día hemos perdido de vista este aspecto
del carácter de Dios, hemos convertido a Dios en un bonachón regordete y con
barba blanca que está allí en el cielo, y que con intentar esforzarnos un poco
Él ya está contento, pero para
nada esto es así. Igual que a lo largo de la historia Dios ha aborrecido al
pecado y a aquellos que lo cometen no es diferente hoy en día. Dios no puede
convivir con el pecado y no puede convivir con el pecador “porque tú no eres un Dios que se complace en la maldad; el mal no mora
contigo. Los que se ensalzan no estarán delante de tus ojos; aborreces a todos
los que hacen iniquidad”.
Dios es un Dios santo, y en la santidad no puede
haber pecado, Dios no puede amar el pecado porque va en contra de su
naturaleza. Dios aborrece al pecador porque Él es justo y la luz y las
tinieblas no pueden convivir. Muchos se escudan en que “donde abundó el pecado sobreabundó la gracia.” Pero esto no
significa de ningún modo que Dios ame al pecador, sino todo lo contrario, Dios
lo aborrece porque es su enemigo; cada uno de nosotros lo somos.
Solamente a través de Cristo es que la gracia
sobreabunda, éramos odiosos antes Dios, pero Cristo cargó nuestro pecado, su
amor pasó por alto todo lo que Dios aborrecía y nos hizo aceptos, pero pobre
del que caiga en la ira de Dios, no debemos olvidar nunca que Dios sigue siendo
un Dios que odia al pecado y que aborrece a aquel que lo comete y vive de esta
manera. Por esto debemos clamar por piedad y rogar a Dios “Señor, no me reprendas en tu ira, ni me castigues en tu furor” “¡Horrenda
cosa es caer en las manos del Dios vivo!” No debemos olvidar nunca que Dios
sigue siendo el Dios todopoderoso y que éramos sus enemigos, pero Cristo fue el
que nos hizo aceptables delante de Él. Sigamos rogando por piedad para evitar
caer en sus manos y en su ira.
AP
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