“Alabaré al Señor con todo mi corazón.
Todas tus maravillas contaré; en ti me alegraré y me regocijaré; cantaré
alabanzas a tu nombre, oh Altísimo.”
Si pensásemos cada día en todas las cosas
que nos ocurren, seguro que podríamos ver más cosas buenas que malas, desde que
el sol sale por la mañana sin hacer nada, hasta todo el proceso de respirar que
ocurre en nuestro interior es un milagro, no hay nada que ocurra por
casualidad, todo tiene un diseñador detrás suyo, igualmente el universo no solo
existe por Dios, sino que también se sustenta por Él. Él es el creador y el
sustentador divino, pero, ¿Cuál es nuestra parte en todo esto?
Entendiendo esta verdad, solo hay una cosa
que podemos hacer, “alabaré al Señor con
todo mi corazón. Todas tus maravillas contaré, en ti me alegraré y me
regocijaré; cantaré alabanzas a tu nombre, oh Altísimo”. Cuantas personas
existen hoy en día que son alabadas por sus inventos, por sus descubrimientos,
por sus actos solidarios; entonces encumbramos a estas personas por su bondad y
las elevamos casi al título de Santos.
Pero pensemos en nuestra vida, ¿no ha
hecho Dios más que cualquier persona? El salmista lo sabía y por eso no podría
dejar de alabarle, cuando sus enemigos crecían, Dios le protegía, cuando estaba
caído, Dios le levantaba; cuando sufría enfermedad, Dios le sanaba. ¿Acaso hay
alguien mayor que nuestro Dios?
Muchas veces limitamos nuestra alabanza y nuestra
gratitud a nuestro estado de ánimo. Piensa ahora mismo en tu vida y en todo lo
que ha ocurrido en ella, ¿no sientes la necesidad de alabar a Dios con todo tu
corazón? ¿No crees que deberías contar a otros las maravillas que Dios ha hecho
en ti? ¿No sientes la necesidad de cantar alabanzas al nombre del más grande?
Dios merece nuestra alabanza por siempre, y nosotros tenemos motivos más que
suficientes para hacerlo y sobre todo para contar a otros las grandes
maravillas que Dios ha hecho por y en nosotros.
AP
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