“También toda aquella
generación fue reunida a sus padres; y se levantó otra generación después de
ellos que no conocía al Señor, ni la obra que Él había hecho por Israel.
Entonces los hijos de Israel hicieron lo malo ante los ojos del Señor y
sirvieron a los baales”
Echemos la mirada atrás a la
época en que nuestros mayores de setenta u ochenta años eran jóvenes, cuando
estos se convirtieron. En Gavà donde yo nací y me crie, cuando mis abuelos eran
jóvenes hubo un pequeño avivamiento en la iglesia, una iglesia sencilla,
humilde, como aquellos que la formaban. Habían vivido una dictadura,
persecución, lo cual había afianzado su fe, había encendido el fuego del
Espíritu en ellos y sus vidas estaban dedicadas a servir a Dios y vivir para
Él. La siguiente generación, la de mis padres, la de entre cuarenta y cincuenta
años, se vio claramente afectada por este celo de Dios de sus padres, son
frutos de aquella comunión con Dios que tuvieron los primeros, pero se
propusieron algo, tras haber vivido una niñez y juventud difícil debido a la
situación del país se esforzaron en que sus hijos tuvieran todo aquello que
ellos no habían podido tener. La fe de esta generación sigue siendo fuerte,
pero ni de lejos como la de aquellos que les precedieron. Ahora nos encontramos
con mi generación, la de los veintitantos o treintatantos una generación que
hemos tenido de todo, una generación cuyos padres nos han dado tanto, que con
su buena voluntad han puesto tantos ídolos al alcance de nuestras manos que han
producido fes débiles, cristianos inconstantes y superficiales. Por supuesto no
es culpa de ellos, pero sin darse cuenta nos han llevado a abandonar y
sustituir el fuego que nuestros abuelos tenían y tienen por superficialidad y
materialismo.
Esta realidad no es algo
exclusivo de nuestro tiempo, hace unos miles de años ocurrió exactamente lo
mismo. “También toda aquella generación
fue reunida a sus padres; y se levantó
otra generación después de ellos que no conocía al Señor, ni la obra que Él
había hecho por Israel. Entonces los hijos de Israel hicieron lo malo ante los
ojos del Señor y sirvieron a los baales.” Una generación que anduvo con
Dios y dos generaciones después entregados a los dioses del momento viviendo
alejados y dando la espalda a Dios.
¡Cuánto se parecer el texto a
nuestros tiempos! Mientras nuestros abuelos eran fervientes en el espíritu, en
la oración, en el evangelismo, hoy nuestra generación es ferviente en la
popularidad, en el éxito y en el disfrute, en la autosatisfacción. En lugar de
buscar a Dios nos hemos dado en la adoración a otros ídolos como la televisión,
internet, la fiesta, y hemos dejado de conocer a Dios. Entonces nos encontramos
con una iglesia vieja, llena de gente mayor la cual arde por Dios pero que poco
a poco van partiendo y engordada por aquellos que vienen de otros países sin
que haya crecimiento real. Una iglesia que “dice:
soy rico, me he enriquecido y de nada tengo necesidad; y no sabes que eres un
miserable y digno de lástima, y pobre, ciego y desnudo.”
Necesitamos echar la mirada atrás
y recuperar la vida de nuestros abuelos, dejar a un lado los ídolos y
derribarlos, volver a poner a Cristo como lo primero en nosotros, evangelizar a
tiempo y fuera de tiempo, buscar a Dios cansados o descansados, amar al amigo,
al prójimo y al enemigo. Dicen que cualquier tiempo pasado fue mejor, y así es
espiritualmente. Debemos volver a nuestras raíces, a aquello que nos trajo
hacia aquí. Debemos llorar por nuestros pecados, clamar por la misericordia de
Dios y rogar a Dios que su fuego arda en nosotros como ardió en nuestros
abuelos. Tenemos un reto por delante ¿Lucharemos por conseguirlo?
AP
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