"Tu trono, oh Dios, es eterno y para siempre"
A lo largo de los siglos en todo
el mundo ha habido muchos líderes, gobernadores, dictadores y reyes, pero uno
de los más influyentes y mejores de la historia es Enrique VIII de Inglaterra.
Enrique VIII nació en 1491 y murió en 1547, se le conoce como el rey que
ejerció el poder más absoluto entre los monarcas ingleses; entre sus éxitos
como rey se encuentra la ruptura con la iglesia católica romana, el
establecimiento del monarca como jefe supremo de la iglesia anglicana, la
disolución de los monasterios y la unión de Inglaterra con Gales. Enrique junto
a Alfredo el grande fundaron la Armada Real Británica, y durante su reinado se
produjeron varias batallas legales y se crearon importantes navíos. Este fue un
gran rey en su país, será recordado por muchos años, pero su vida y su reinado
fueron finitos, no duraron eternamente.
Así sucede con todo lo que posee
el ser humano, nada dura eternamente en esta vida, todo y todos acaban
desapareciendo y con el paso del tiempo siendo olvidados por quienes deberían
conocerle. Pero hay un Rey que nunca dejará de serlo "tu trono, oh Dios,
es eterno y para siempre." Los reyes de la tierra pasarán, los imperios se
levantarán y caerán, habrá dictaduras, democracias, imperios, cualquier sistema
político pero el gobierno del Rey divino nunca desaparecerá.
Muchos han dicho que Satanás es
quien gobierna este mundo, que puede hacer y deshacer a su antojo, que es el
gobernador de la tierra, pero la realidad que es que todo lo que existe está
supeditado a lo que Dios designa y como Rey soberano decide. Dios le ha dado
cierta libertad a Satanás en este tiempo, pero el Rey y Señor de todo sigue
siendo Dios, todo le pertenece a Él, incluso Satanás debe pedir permiso al Rey
para hacer algo.
Nuestro Dios no cambia, Él es
inmutable, el mismo Rey que decidió sacar a Israel de Egipto, el mismo Rey que
les metió en la tierra prometida, el mismo Rey que se humilló y se hizo un
hombre, el mismo Rey que derramó su sangre en una cruz, el mismo Rey que
resucitó de entre los muertos, el mismo Rey que ascendió al cielo, este mismo
Rey está sentado en su trono y decidiendo con una perfecta soberanía los
designios de lo que ocurre aquí en la tierra. Nosotros, los siervos del Rey
solo tenemos una misión, alegrarnos de sus decisiones y glorificarle con
nuestras vidas, porque le pertenecemos al Rey y realmente no existe nadie como
Él.
AP
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