“Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que
recibiremos un juicio más severo.”
Se cuenta que Don Fernando era un
maestro de secundaria que se preocupaba mucho por sus alumnos, todos le tenían
en alta estima, tenía una manera de impartir conocimiento muy especial, era un
buen comunicador, tenía facilidad para que sus alumnos recordasen todas
aquellas lecciones de historia que él explicaba con gran convencimiento y como
ningún otro maestro expresaba aquello que conocía. Pero Don Fernando tenía un
problema en su manera de compartir, odiaba las historias sangrientas, los
finales tristes, entonces desde su punto de vista, la historia siempre cambiaba
un poco, desaparecían las matanzas, no habían injusticias, su comunicación era
excelente, pero su contenido era errado, era falso, como persona Don Fernando
era excelente aunque como maestro dejaba mucho que desear, sus alumnos estaban
satisfechos porque lo que les contaba les gustaba, pero no eran más que
mentiras.
Es posible que este Don Fernando
no haya existido nunca, es posible que en regímenes totalitarios donde toda la información
y educación viene marcada por el gobierno y modificada a su antojo, esta
historia no ande muy lejos de la realidad, pero hay algo que sí que sucede en
nuestro tiempo, los púlpitos se han llenado de Don Fernando. Las iglesias se
han llenado de predicadores los cuales predican lo que su público quiere oír.
Esto no de algo exclusivo e nuestro siglo, Santiago alertó sobre esto. “Hermanos míos, no os hagáis maestros
muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos un juicio más severo.”
Los que tenemos el privilegio de
predicar no debemos caer en el error de buscar alegrar el oído de quienes nos
escuchan, tantas veces se habla desde los púlpitos de mensajes de autoayuda, de
autosatisfacción personal, de éxito, de alcanzar tus sueños, en lugar de hablar
de la Biblia, de Dios, de su santidad, del pecado, del infierno; ¡hay tantos
temas que no se tocan por el miedo a que el oyente se incomode! Pero para
aquellos que predicamos ya sea esporádicamente o sea semanalmente, debemos
tener algo claro, tu castigo será mayor por tergiversar la enseñanza y la
verdad de Dios. Hoy en día hay muy buenos comunicadores, personas que son
capaces de mantener la atención de su público, pero que en realidad no dicen
nada. Poco se habla del pecado, poco se habla de la soberanía de Dios, poco se
habla en definitiva sobre Dios.
Pero cuidado, porque esto no
solamente afecta a aquellos que predicamos, si evangelizamos y no enfatizamos
tanto la maldad y el pecado del hombre, como la realidad del infierno y que la única
solución es Cristo, suprimir uno de estos conceptos conlleva juicio por parte
de Dios. Pablo afirma a la iglesia de los Gálatas “pero si aún nosotros, o un ángel del cielo, os anunciara otro
evangelio contrario al que os hemos anunciado, sea anatema.” Anatema es
maldición, en el Antiguo Testamento algo que era anatema era echado fuera del
pueblo. Cuando evangelizamos, cuando predicamos y no abarcamos toda la verdad
de Dios, y solo hacemos una parte, nos convertimos en anatema.
No seamos como Don Fernando,
tenemos una responsabilidad de predicar la verdad, moleste o no moleste,
debemos volver a tener amor por la Biblia, por estudiarla y compartirla. Que
Dios nos ayude a interpretarla de una manera correcta y sobre todo a compartir
la verdad con aquellos que nos rodean.
AP
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