“Hermanos, no habléis mal los unos de los otros. El que habla mal de un
hermano o juzga a su hermano, habla mal de la ley y juzga a la ley, pero si tú
juzgas a la ley, no eres cumplidor de la ley, sino juez de ella. Solo hay un
dador de la ley y juez, que es poderoso para salvar y para destruir; pero tú,
¿quién eres que juzgas a tu prójimo?”
El deporte nacional en España,
aunque podamos pensar lo contrario no es el fútbol, ni el baloncesto, es la crítica
y el juicio a los demás. Nos encanta juzgar lo que otros hacen y a ser posible
enjuiciarlos y que reciban el castigo máximo posible. Nuestras sobremesas se
llenan de críticas hacia el compañero de trabajo o nuestros amigos, las comidas
de los domingos se basan en la “crítica santa” de mira lo que ha hecho aquel o
mira como venía vestida aquella. ¡Cuánto tiempo dedicamos en juzgar a los
demás! Nos encanta hablar de los que nos rodea y si tenemos la oportunidad no
dudaremos en hablar mal de ellos.
Pero esto no es algo exclusivo de
España ni de nuestro tiempo, este deporte es el más antiguo de la historia, ya
desde que Adán le dijese a Dios que la mujer que tú me diste me hizo comer, ahí
empezó la crítica, y ante esto una advertencia “hermanos, no habléis mal los unos de los otros. El que habla mal de un
hermano o juzga a su hermano, habla mal de la ley y juzga a la ley; pero si tu
juzgas a la ley, no eres cumplidor de la ley, sino juez de ella. Solo hay un
dador de la ley y juez, que es poderoso para salvar y para destruir, pero tú,
¿quién eres tú que juzgas a tu prójimo?”
Las últimas palabras del texto
lanza una pregunta de urgente necesidad que tenemos que respondernos a nosotros
mismos, “¿Quién eres tú que juzgas a tu
prójimo?” Y es necesario que la respondamos para ver lo equivocados que
estamos. ¿Cómo podré yo juzgar a alguien por su pecado cuando yo peco más aún
que él? Creer lo contrario sería una irresponsabilidad. Si Pablo es capaz de
decir que él es el primero de los pecadores, ¿podremos decir nosotros que otro
peca más que nosotros? De ninguna manera.
Ahora bien, esto no nos quita la
responsabilidad que tenemos de amar al prójimo, hay una diferencia abismal
entre hablar mal y juzgar a lo demás y las instrucciones que Pablo nos dejó “hermanos, aún si alguno es sorprendido en
alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradlo en un espíritu de
mansedumbre, mirándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado.” En
otras palabras, debemos fijarnos que hacen los demás, no como un motivo para
juzgar sino para restaurar al caído, siempre desde la vista que cada uno de
nosotros podemos encontrarnos en la misma situación. Hoy es un buen día para
ser restauradores y no destructores, ¿no es esto verdadero amor al prójimo?
AP
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