“El que roba, no robe
más, sino más bien que trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, a fin
de que tenga qué compartir con el que tiene necesidad.”
La sociedad en la que vivimos claramente nos ha puesto
en estos últimos años un dios delante del cual todos en mayor o menor medida
nos hemos arrodillado delante de él, es el dios del dinero. No es algo nuevo,
el amor al dinero es algo que siempre ha existido, pero vivimos en el tiempo
del ocio, del lujo y del placer, cualquier persona de la clase media puede
comprarse un coche, tener la última tecnología o viajar a la otra parte del
mundo sin problemas. Hoy en día la posibilidad de adquirir está más abierta
para que más gente pueda alcanzarlo, por lo que el materialismo llega a muchas
más personas.
Pero, ¿es correcto lo que hacemos con nuestro dinero? Deberíamos
ir incluso más lejos, ¿es correcto el modo y las formas de cómo lo conseguimos?
Pablo es muy claro en este punto, “el
que roba, no robe más, sino más bien que trabaje, haciendo con sus manos lo que
es bueno, a fin de que tenga qué compartir con el que tiene necesidad.” Esta
sentencia de Pablo es un gran bofetón para muchos de los que somos cristianos
en estos tiempos.
Muchos pondrían en el énfasis del texto en la manera
de conseguir el dinero, y está clarísimo que todos nuestros ingresos deben ser
adquiridos de una manera legal, trabajar en negro, no declarar todo, trabajar y
cobrar el paro o cualquier otra ayuda no es una manera de ganar el dinero
limpiamente, sino que se trata de robar, no debemos cambiar el nombre a las
cosas que hacemos, así es como debe hacerse las cosas de maneras correctas.
Pero no son las formas lo más importante, sino el
propósito que le damos al dinero que adquirimos. Muchos se obsesionan tanto que
únicamente se dedican a amontonar ceros en el banco, de manera que viven toda
su vida con el objetivo de ganar, ganar y ganar pero sin disfrutar, esto se
llama amor al dinero, y es adoración al dios mamón. Hay otros que todo lo que
ganan lo tienen estructurado, incluso antes de tenerlo, en sus propios
placeres, estos tienen otro dios el cual es muy, muy grande, es el dios Yo. Él
es el centro y el destino de su dinero, algo lícito, pero que se convierte en
excesivo, necesita gastar para satisfacer su propia necesidad.
Por último esta aquel que realmente ha entendido cual
es el propósito verdadero de sus ingresos, es el de ayudar a los demás,
preocuparse de quienes tienen necesidad, suplir las necesidades de quienes los
rodean antes que los placeres de uno mismo. Este es el que ama a su prójimo
como a si mismo, y es el espejo en el que mirarnos. Que Dios ponga en nosotros
un corazón generoso, que se preocupe más de la necesidad del que está al lado
que del placer propio, que demos con alegría, roguemos a Dios que seamos un
dador alegre.
AP
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