Salmo 77 – Seguridad en la oración


“Mi voz se eleva a Dios, y a Él clamaré; mi voz se eleva a Dios, y Él me oirá.”

En la infancia de cualquier niño, hay una cosa que no falta, un factor que es común en todos los niños, los miedos. Todos los niños tienen miedo, miedo a la oscuridad, miedo a que haya algún monstruo debajo de su cama, miedo a que su padre o su madre le dejen solo por la noche, etc. Igual que hay miedo en ellos, sus padres le producen seguridad, es tal su confianza, que saben que si ellos le prometen algo lo cumplirán, al fin y al cabo, sus padres son sus mayores héroes, son los que le cuidan, los que le quieren, los que tienen cuidado de ellos, y los que cuando vuelven a casa llegan con un juguetito.

El niño, en su infancia es alguien confiado, que por lo que él ha vivido, ha experimentado como sus padres le amaban, como le quieren, como le cuidan. Pero el paso de los años empieza a traer decepciones, y los padres ya no responden como el niño espera, parece que se han vuelto irresponsables. Las palabras que escribe el salmista, son palabras reales y que debieran ser certeza en nosotros “mi voz se eleva a Dios, y a Él clamaré; mi voz se eleva a Dios y Él me oirá.”

En nuestra niñez espiritual, sabemos y estamos seguros que si le pedimos a Dios, Él nos lo va a dar, al igual que un niño la confianza es máxima, pero con el crecimiento el niño se da cuenta de que sus padres no son tan geniales, que a veces le castigan, que en ocasiones no consigue todo lo que quiere porque ellos no quieren o no ven conveniente darle todo. El niño encuentra cierta desilusión en ellos y esto les lleva enfadarse, enrabietarse e incluso rebelarse contra ellos.

Esta misma tendencia en ocasiones nos ocurre con Dios, en la conversión todo era bonito, pero con el paso del tiempo, llegó la disciplina a nuestras acciones, los silencios de Dios, la falta de respuesta, los “no” a nuestras oraciones, parece que Dios falla, que se ha olvidado, que desde nuestra necesidad no es tan perfecto y nos ha dejado de lado. Esto no demuestra nada más que la inmadurez de nuestras vidas, y la débil percepción que tenemos de Dios. No nos cansemos de clamar a Dios, no desistamos que golpear con fuerza la puerta hacia el trono de la gracia, elevemos la voz hacia Dios, clamemos hacia Él, Él nos oirá y ciertamente responderá en el momento adecuado.


AP 

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