"Oh Dios, tú eres mi Dios; te buscaré con afán. Mi alma tiene sed
de ti, mi carne te anhela cual tierra seca y árida donde no hay agua."
Hace unos años tuve la
oportunidad de viajar a Sevilla en coche, recuerdo que al pasar por la altura
de Castilla y la Mancha, por Albacete, al atravesar unas largas y rectas
carreteras era especialmente llamativo el color marrón del paisaje, enormes
explanadas sin vegetación, simplemente tierra, tierra seca, sin vida, una zona
donde la vegetación brillaba por su ausencia. Por otra parte este mismo año he
podido visitar la ciudad de San Sebastián y durante el camino debo reconocer,
que a la salida de la autopista dirección a la ciudad la vegetación era
simplemente indescriptible, allí se sentía que había vida, que todo lo que nos
rodeaba era verde, era simplemente increíble la diferencia entre un lugar y
otro, uno cargado de vida y otro muerto, triste.
Nuestras vidas se parecen
mucho a estos paisajes, cuando echamos una mirada atrás podemos ver momentos en
que la vegetación abundaba, en que todo era verde, en que mirar alrededor era
muy agradable, pero en contrapartida, encontramos otros momentos en que la
vegetación había muerto, en que solo había sequedad, en que la tierra
necesitaba de agua, donde había sequía y casi podríamos decir que aparentemente
estábamos al borde de la muerte espiritual. El salmista debía estar pasando uno
de esos momentos y tomó la mejor decisión clamó al cielo diciendo "oh Dios, tú eres mi Dios; te buscaré
con afán. Mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela cual tierra seca y árida
donde no hay agua."
¿Cuánta vegetación hay en tu
vida? ¿Cómo está la tierra de tu corazón? ¿Estás sediento? Si estas así solo te
queda hacer una cosa, al igual que el salmista, es el momento de buscar a Dios
con afán. "Bienaventurados los que
tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados." Recuerdo
al hijo pródigo que estaba hambriento tras haber gastado todo lo que tenía,
estaba seco y busco saciarse comiendo y viviendo con cerdos; pero llegó el
momento en que no estaba hambriento y sediento, sino que ya se moría de hambre
y entonces buscó a su padre con afán.
La sequía no dura para
siempre, pero a veces es el método utilizado por el Padre para que clamemos por
lluvia, igual que el rey tuvo que clamar a Elías para que volviese a mandar
lluvia. Siete años tardó en volver a llover, siete años pasando hambre, pasando
sed, la tierra que antes había sido buena y productiva, se había convertido en
tierra seca y árida, pero Dios tuvo misericordia una vez más y envió lluvia.
Clama a Dios, pide que vuelva a llenar de vegetación tu vida, que no permita
que la sequía dure más que mande una pequeña nube que envíe una tormenta sobre
tu vida y vuelva a humedecer tu corazón. Clama a Dios, búscalo como el que se
muere en el desierto de sed busca el oasis. Porque Dios no olvidará a sus
hijos, aunque pasen por sequía, aunque estén muriendo, Dios responderá a la
llamada de auxilio del que le pertenece y le dará agua, agua que brotará en su
corazón y permanecerá.
AP
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