Josué 6 - El Dios cumplidor de pactos



"Y sucedió que después que Josué había hablado al pueblo, los siete sacerdotes que llevaban las siete trompetas de cuerno de carnero delante del Señor, se adelantaron y tocaron las trompetas, y el arca del pacto del Señor los seguía."

Para entender en muchas ocasiones la Biblia debemos entender la situación o costumbres que tenían aquellos que vivían en aquel tiempo. Hay detalles que con una mentalidad occidental no podemos llegar a entender. Una de estas cosas es que igual que hoy en día nadie haría ningún tipo de negocio con únicamente un pacto oral, se necesitará un papel escrito que declare todo el contrato y la firma de todas las partes. Esto no era así en la época bíblica, todo lo contrario, el pacto oral era lo que valía y el escrito tenía muy poco valor, al fin y al cabo pocas personas eran capaces y sabían leer.

Dios desde el principio fue un Dios de pactos, un Dios de promesas y un Dios verdadero. Dios le había prometido a su pueblo que les daría la tierra prometida, y nos encontramos a Josué, con todo el pueblo dispuestos a entrar en Jericó. "Y sucedió que después que Josué había hablado al pueblo, los siete sacerdotes que llevaban las siete trompetas de cuerno de carnero delante del Señor, se adelantaron y tocaron las trompetas, y el arca del pacto del Señor los seguía."

La historia todos sabemos cómo acaba, con las murallas de Jericó destrozadas después del grito de todo el pueblo y el milagro operado por Dios. Pero hay un detalle muy importante, lo fácil habría sido dejar el arca de Dios bien guardada para que no le pasara nada, vigilada por guardias para que no sufriera ningún daño, al fin y al cabo allí estaba la misma presencia de Dios, en cambio, el arca va a la cabecera de la batalla, la primera, porque Josué había entendido que el general y capitán de su ejército no era él, era Dios y su presencia debía ir delante.

Que diferentes somos nosotros muchas veces, cuando tenemos una batalla en lugar de poner a Dios a la cabeza, lo escondemos y luchamos por nuestras fuerzas, ponemos todo nuestro empeño en pelear la batalla con nuestro esfuerzo y solemos acabar derrotados. Nuestras victorias no son nuestras, son de nuestro Dios, Él es el que debe encabezarnos, Él debiera ser quien este delante, y nosotros detrás, Él es el poderoso y el vencedor. Lleva a Dios a tus peleas, resguárdate detrás de sus alas y las victorias llegarán, Él lo ha prometido y no falla a sus pactos.


AP

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