"Ciertamente has hablado a oídos míos, y el sonido de tus palabras
he oído: "Yo soy limpio, sin transgresión; soy inocente y en mí no hay
culpa. "He aquí, El busca pretextos contra mí; me tiene por enemigo suyo.
"Pone mis pies en el cepo; vigila todas mis sendas." He aquí, déjame
decirte que no tienes razón en esto, porque Dios es más grande que el hombre.
¿Por qué te quejas contra El, diciendo que no da cuenta de todas sus acciones?"
En lo alto de una pequeña
montaña que dividiría a un pueblo del resto del mundo, vivía un anciano, sabio
y solitario, que tenía un perro. Solía
suceder en este pueblo que aquel anciano bajaba de la montaña una vez cada
tanto y se instalaba a las orillas de un lago en un pequeño atrio que había
sido construido para el, entonces las personas de este pueblo, se juntaban al
pie de aquel atrio y cuando llegaba le planteaban sus dudas, sus temores, sus
conflictos, y el anciano siempre tenía una respuesta que los abarcaba, algunos
trataban de acercarse a él, y cuando lo hacían, el perro que estaba tirado a
sus pies, gruñía fuertemente siempre sucedía lo mismo, cierta vez, uno desde
aquel lado del lago, le preguntó: "¿Por qué cada vez que nos acercamos a
ti tu perro gruñe, es que no puedes aceptar que nosotros estemos junto a ti, es
que eres diferente a nosotros, es que este perro está entrenado para ahuyentar
a los que queremos tenerte más cerca?" No, dijo el anciano, vosotros
habéis construido esta tarima, y en ese primer escalón mi perro se echa, cada
vez que alguien pisa ese escalón, un pequeño clavo mal puesto sobre sale un
poco más, toca su pata, y el perro gruñe, le duele pobre. Pero entonces, si le
duele porque no se corre, ¿por qué no cambia de lugar? No, no es así, es que le
duele como para que se queje pero no lo suficiente para que salga de ahí”
Esta historia narra la
realidad de nuestras quejas, en ocasiones pasamos tanto tiempo quejándonos que
no somos capaces de darnos cuenta que estamos errando y aun en medio de la
queja lo que hacemos es justificar nuestro comportamiento. Esta realidad fue la
que Eliú quiso mostrarle a Job, "Ciertamente has hablado a oídos míos, y
el sonido de tus palabras he oído: "Yo
soy limpio, sin transgresión; soy inocente y en mí no hay culpa." "He
aquí, El busca pretextos contra mí; me tiene por enemigo suyo." "Pone
mis pies en el cepo; vigila todas mis sendas." He aquí, déjame decirte que
no tienes razón en esto, porque Dios es más grande que el hombre. ¿Por qué te
quejas contra El, diciendo que no da cuenta de todas sus acciones?"
Si la queja contra otra
persona ya es algo que no debiéramos hacer, mucho menos la queja contra Dios,
creer que Dios tiene algo contra nosotros o que nos hemos convertido en sus
enemigos puede ser un error muy grande y cuando el lugar de centrarnos en
buscar nuestro pecado lo que hacemos es buscar nuestra justificación por
nuestros actos, mayor es el error y más grande la espiral en la que podemos
caer. Pero Eliú sabiamente respondió a toda la queja de Job con una verdad,
Dios es más grande que cualquier hombre y ninguno de nosotros tenemos el
derecho de pedirle cuenta de lo que hace o deja de hacer.
Cuantas veces no somos como el
perro de la historia, que nos quejamos, no nos gusta nuestra situación, pero
seguimos cómodos, nos gusta dar pena, que la gente diga, pobrecito, poder
decirle a Dios, mira lo mal que estoy o mira lo que me está pasando y nos
dejamos ir, caemos en el error de la queja y el lamento, de intentar conmover
el corazón de Dios con nuestra pena y preguntarle ¿porque a mí? No debiera ser
así, por supuesto podemos orar y expresar nuestros deseos a Dios, pero nunca en
tono quejoso como si Dios estuviese sujeto a nuestras ideas y voluntades.
Agradezcamos a Dios todo lo que Él hace, seamos sinceros pero aceptemos su
voluntad, todo lo que ocurre será para bien, Él cuidará de sus hijos.
AP
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