"Por tanto, escuchadme, hombres de entendimiento. Lejos esté de
Dios la iniquidad, y del Todopoderoso la maldad. Porque Él paga al hombre
conforme a su conducta. Ciertamente, Dios no obrará perversamente, y el
Todopoderoso no pervertirá el juicio."
Imagina por un momento, un día
de primavera, una salida por los Pirineos, de repente, mientras te adentras por
el bosque una fuerte lluvia empieza a caer, buscas un lugar para refugiarte,
cada vez llueve más, de repente ante tu incapacidad de volver al camino y subir
al coche encuentras una cueva, sin luz, oscura, pero sin duda es una buena
opción para refugiarse mientras la tormenta cesa. Entras dentro la oscuridad lo
invade todo, no hay luz del sol, es difícil distinguir todo y mientras que
llueve fuera, estas a merced de cualquier animal, solo encender una luz podrá
hacerte estar seguro.
Esta ilustración de la cueva y
la luz es totalmente aplicable a la santidad de Dios. La oscuridad se asocia
con el mal, la luz con el bien, el pecado se asocia con la oscuridad y la
santidad con la luz. Dios es santo y Él es luz y la luz no puede mezclarse con
la oscuridad, no pueden convivir, la luz expulsa la oscuridad. En palabras de
Eliú, "por tanto, escuchadme,
hombres de entendimiento. Lejos esté de Dios la iniquidad, y del Todopoderoso
la maldad. Porque Él paga al hombre conforme a su conducta. Ciertamente, Dios
no obrará perversamente, y el Todopoderoso no pervertirá el juicio."
La santidad de Dios repele el
pecado, son polos opuestos, su bondad repele la maldad y su justicia actúa en
contra de lo injusto, Dios conoce los corazones, un corazón malo no podrá
convivir con la pureza de Dios, aquel cuyo corazón no ha sido renovado no
tendrá ningún interés en acercarse a un Dios Santo. Todos los hombres desean
alcanzar el cielo siempre y cuando no esté el Dios de la luz. Dios es Santo y
Justo, puro y verdadero, no hay maldad ni injusticia en Él.
¿Acaso no merece nuestro
pecado aun cosas peores de las que nos suceden? ¿Acaso alguno de nosotros somos
buenos? Claramente no, todo lo contrario, malos y pecadores, amantes de la
oscuridad y enemigos de Dios, incapaces de ser salvos por nuestros propios
méritos si no es que Dios, en su bondad cubre nuestras faltas con la sangre
justificadora de Cristo. La santidad de Dios le impide ignorar nuestro pecado y
su justicia pervertir las pruebas, solo el pago en la cruz del inocente Cristo
puede darnos salvación.
AP
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